4.14.2011

Reflexions sobre les ombres

El Boomerang
Rafael Argullol

Es difícil responder a esta cuestión. Pero tenemos una pista en la historia de la pintura. A los pintores, por la razón que sea, les costó incorporar las sombras a su obra, no, obviamente, por insuficiencias técnicas sino, quizá, por un devoto respeto hacia la luz. Mi época favorita -o al menos la que me induce a un gozo mayor-, el Quattrocento toscano, permaneció casi ajena al tratamiento de la sombra. Aquellos maravillosos pintores, que llegaron a saberlo todo del arte de la pintura, se mostraron reacios en el momento de aceptar la sombra. En Ghirlandaio y Botticelli no la hay, como tampoco la hay en el gran Piero della Francesca, para quien todo, los colores y las formas, estaba al servicio de la luz. Estos florentinos, que vivieron en un tiempo atravesado por la violencia y fueron desprejuiciados con respecto a la mayoría de las cosas, demostraron un extremo celo en defensa de la luz. El universo de las sombras debía quedar al margen, sino del mundo sí del mundo ideal que creaba la pintura. Pero cuando se coló la primera sombra en la representación las sombras se apoderaron de todo. Miguel Ángel abrió la puerta hacia la poderosa negrura de Caravaggio, y tras éste las sombras se enseñorearon de la pintura europea.