En una article de Bohigas al País (28-02-2007), que va escriure amb motiu de la publicació de les 'Cròniques d'art a La Veu de Catalunya', hi trobo algunes contradiccions del personatge que em resulten atractives, però necessitaria llegir els articles de Benet amb deteniment per confirmar-les. Benet va publicar a la Veu una autèntica crònica de l’activitat artística durant els als anys 20 i 30. La publicació sortida al 2007 es centra en 1934-36 i sembla que la Fundació Benet (vaig veure que s’havia creat al 1989) té la sana intenció d’anar-les traient totes.
Està clar que quan un s’apropa a l’estudi de l’art català, les referències bibliogràfiques de Benet van apareixent, i en alguns cassos, malauradament, són la única referència, cosa que no desmereix la feina de Benet, ans el contrari, que posa de manifest, que ningú després d’ell ha seguit investigant.
Ara bé, quan es parla de Benet com a cronista, hauríem de matisar el terme. Cert és que relatava qualsevol moviment que es produís en el món de l’art, no només en museus i estaments oficials, si no també en qualsevol galeria privada, en format individual i col·lectiu. Però el valor no rau només en que no se li escapa res, i que té la mirada també posada en Europa, si no que la crònica, apart d’informar amb rigor, destil·lava posicions estètiques. I aquest sediment és el que compta amb els anys. La relació d’esdeveniments en fred, senzillament aporta informació. La maduració d’aquesta informació, ens aporta coneixement.
Cito algunes de les contradicciones que Bohigas desgrana en el seu article
Informaba de las exposiciones individuales, de las polémicas y de las instituciones en términos de estricta actualidad periodística, pero lograba que la noticia trascendiera siempre hasta una teoría estética general. Benet fue la representación conspicua de un grupo de tratadistas de arte -Rafols, Elies, Folch, Merli, etcétera- que señala la elevada exigencia cultural de la década de 1930.
Es significativo, por ejemplo, que el mismo Benet que al final de la década de 1920 se había atrevido a defender la arquitectura funcional y a exaltar la modernidad del pabellón de Mies van der Rohe de Monjuïc, ahora, en la década de 1930, reivindique una relativa modernidad clásica y tradicional como la de Puig Gairalt, califique como monstruosa la "arquitectura cubista", ignore la labor del GATCPAC o ridiculice la modernización urbanística de Madrid.
Esos lapsos arquitectónicos no son demasiado significativos porque sus temas habituales son la pintura y la escultura. Pero en estos campos también se concretan posiciones parecidas. Prácticamente no hay ninguna referencia a Miró, a González, a Dalí y a los esfuerzos vanguardistas de las últimas generaciones. Me parece que la única referencia a ADLAN se encuentra en la breve noticia de una exposición que luego ha sido interpretada como un punto significativo del vanguardismo catalán: "Ramon Marinel·lo, Jaume Sans i Eudald Serra, escultors presentats per ADLAN a les Galeries Catalònia, practiquen, i no pas amb gaire sentit del sorprenent, l'art anormal i envellit dels Brancusi, Arp, etc. Heus ací uns joves de la primera volada que encara s'entretenen jugant a l'anarquia de l'avantguerra. És que creuen que aquesta és avui una posició d'avantguarda? Jo diria que els ha escapat el tren".
Hay que decir que el antivanguardismo de Benet, apoyado en un consistente grupo de artistas e intelectuales contemporáneos, no era una actitud inculta y reaccionaria. En ella se mezclaban dos intenciones progresistas: la crítica a los amaneramientos de la vanguardia que desprestigiaban su génesis reduciéndola a estilo y el apoyo a una posible identidad catalana en un mediterranismo propio, diferente, autónomo, incontaminado por las modas -aunque, al mismo tiempo, fácil de asimilar por la burguesía local-, que se apoyaba en los residuos todavía activos del noucentisme y en la obstinada negación tardía de los residuos modernistas, que ya habían agonizado. En esta situación, artistas como Casanovas, Pidelaserra, Mercadé, Bosch Roger, Creixams, Clarà, Domingo, Hugué, Gimeno e incluso el Gargallo menos ofensivo eran referencias justificativas bajo la invocación de los maestros Corot, Cezanne, Degas, Monet, Renoir, Bonnard o Rodin.
El libro que comentamos es excelente y está lleno de sugerencias que permiten entender la década de 1930 como una relativa unidad cultural a pesar de la interferencia de distintas líneas creativas, casi siempre reordenadas por aquel talante intelectual, sensato y moderado -típico del centro-derecha nacionalista- que marcó un signo civilizado, aunque propició algunas consecuencias negativas. Por un lado, no se alcanzó la internacionalización del arte catalán -aislado localmente, mientras la escasa vanguardia se exiliaba definitivamente- y, por otro, nuestros museos y nuestros coleccionistas olvidaron las obras más importantes del periodo, es decir, la resistencia vanguardista. El Museo Nacional, tan rico en mediocridades modernas, es uno de los más pobres en Miró, Picasso, Dalí, para hablar sólo de las personalidades más evidentes. Ahora, al cabo de tantos años, cuando las adquisiciones son caras y difíciles, tenemos que corregir las ausencias: el Picasso recientemente incorporado al MNAC quizás sea la primera consecuencia de un mea culpa colectivo.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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